La muerte se lleva en sus voraces fauces, la tierna carne juvenil que a manotadas alimenta la guerra brutal que vivimos en Colombia por cerca de 6 décadas.
la verdad es que siempre los colombianos nos hemos dado plomo corrido, quien lo creyera, dizque por el derecho a vivir una vida mejor.
¡Cuántos muertos nos faltan para alcanzar la paz?
Y ya la pregunta al fin parece inquietar a importantes sectores de la nación colombiana, sumidos los unos en la resignación cristiana, los otros en la implacable decisión de acabar con el contrario a como de lugar y los más ambiciosos, en seguir sacando su frugal tajada económica a costa de las muertes ajenas. No faltan por fortuna, los que porfían en encontrar una paz justa en la que quepamos todos los colombianos.
Con especial saña se recrudecen en estos tiempos las bárbaras acciones de guerra que intentan eliminar todo vestigio de vida en nuestro país.
Vuelve el pacífico colombiano a convertirse en el brutal teatro de operaciones donde todo es permitido con tal de acabar con el enemigo.
Que tragedia insoportable que adolescentes que debieran dedicar su vida entera al goce intelectual y material de la misma, estén sometidos al imperio de la barbarie por ganarse unos pesos que a duras penas les permiten ayudar a sus seres más queridos.
Aunque algunos tengan nombre y apellido propio, la verdad es que son arrojados y sepultados a paladas en la tumba del desprecio, el olvido y la ruindad nacional.
Siempre sacrificados y llevando la peor parte, la gente joven de la patria macondiana es la que pone los muertos, los heridos y los desvalidos. ¿Hasta cuándo?
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