CÓMO DERECHIZAR A UN IZQUIERDISTA
Por: Frei Betto*
Ser de izquierda es, desde que esa clasificación surgió
con la Revolución Francesa, optar por los pobres, indignarse ante la exclusión
social, inconformarse con toda forma de injusticia o, como decía Bobbio,
considerar una aberración la desigualdad social.
Téologo brasileño Frei Betto. Tumacopopolo. |
Ser de derechas es tolerar injusticias, considerar los
imperativos del mercado por encima de los derechos humanos, encarar la pobreza
como tacha incurable, creer que existen personas y pueblos intrínsecamente
superiores a los demás.
Ser izquierdista -patología diagnosticada por Lenin como
‘enfermedad infantil del comunismo’- es quedar enfrentado al poder burgués
hasta llegar a formar parte del mismo. El izquierdista es un fundamentalista en
su propia causa. Encarna todos los esquemas religiosos propios de los
fundamentalistas de la fe. Se llena la boca con dogmas y venera a un líder. Si
el líder estornuda, él aplaude; si llora, él se entristece; si cambia de
opinión, él rápidamente analiza la coyuntura para tratar de demostrar que en la
actual correlación de fuerzas…
Como el izquierdista no tiene principios, sino
intereses, nada hay más fácil que derechizarlo. Dele un buen empleo. Pero que
no sea trabajo, eso que obliga al común de los mortales a ganar el pan con
sangre, sudor y lágrimas. Tiene que ser uno de esos empleos donde pagan buen
salario y otorgan más derechos que deberes exigen. Sobre todo si se trata del
ámbito público. Aunque podría ser también en la iniciativa privada. Lo
importante es que el izquierdista sienta que le corresponde un significativo
aumento de su bolsa particular.
Así sucede cuando es elegido o nombrado para una función
pública o asume un cargo de jefe en una empresa particular. De inmediato baja
la guardia. No hace autocrítica. Sencillamente el olor del dinero, combinado
con la función del poder, produce la irresistible alquimia capaz de hacer
torcer el brazo al más retórico de los revolucionarios.
Buen salario, funciones de jefe, regalías, he ahí los
ingredientes capaces de embriagar a un izquierdista en su itinerario rumbo a la
derecha vergonzante, la que actúa como tal pero sin asumirla. Después el
izquierdista cambia de amistades y de caprichos. Cambia el aguardiente por el
vino importado, la cerveza por el güisqui escocés, el apartamento por el
condominio cerrado, las rondas en el bar por las recepciones y las fiestas
suntuosas.
Si lo busca un compañero de los viejos tiempos,
despista, no atiende, delega el caso en la secretaria, y con disimulo se queja
del ‘molestón’. Ahora todos sus pasos se mueven, con quirúrgica precisión, por
la senda hacia el poder. Le encanta alternar con gente importante: empresarios,
riquillos, latifundistas. Se hace querer con regalos y obsequios. Su mayor
desgracia sería volver a lo que era, desprovisto de halagos y carantoñas,
ciudadano común en lucha por la sobrevivencia.
¡Adiós ideales, utopías, sueños! Viva el pragmatismo, la
política de resultados, la connivencia, las triquiñuelas realizadas con mano
experta (aunque sobre la marcha sucedan percances. En este caso el izquierdista
cuenta con la rápida ayuda de sus pares: el silencio obsequioso, el hacer como
que no sucedió nada, hoy por ti, mañana por mí…).
Me acordé de esta caracterización porque, hace unos
días, encontré en una reunión a un antiguo compañero de los movimientos
populares, cómplice en la lucha contra la dictadura. Me preguntó si yo todavía
andaba con esa ‘gente de la periferia’. Y pontificó: “Qué estupidez que te
hayas salido del gobierno. Allí hubieras podido hacer más por ese pueblo”.
Me dieron ganas de reír delante de dicho compañero que,
antes, hubiera hecho al Che Guevara sentirse un pequeño burgués, de tan grande
como era su fervor revolucionario. Me contuve para no ser indelicado con dicho
ridículo personaje, de cabellos engominados, traje fino, zapatos como para
calzar ángeles. Sólo le respondí: “Me volví reaccionario, fiel a mis antiguos
principios. Prefiero correr el riesgo de equivocarme con los pobres que tener
la pretensión de acertar sin ellos”.
*Fraile domínico brasileño. Uno de los máximos exponentes de la
Teología de la Liberación. Es el autor del libro “Fidel y la Religión”,
“Conversación sobre la fe y la ciencia”, junto con Marcelo Gleiser, entre otros
libros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios expresan la opinión de quien o quienes los escriben por lo tanto es su responsabilidad absoluta; al igual que los artículos del blog tumacopopolo son responsabilidad del autor.