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¿Llegó "el santo remedio" para la desventura nacional?

¿Le apareció “el santo” al país de las “diásporas y las torcidas”?


Por: Fernando Pinzón Pérez


Los intereses creados desde el origen mismo de la república, están en la base de nuestra mefítica realidad nacional. El Libertador Bolívar fue enterrado bajo gruesas capas de maledicencia, rencor e ingratitud. Cometió excesos en la guerra de independencia, ¡claro que sí! ¿Y cuál guerra no genera los propios monstruos de su razón?
Desde entonces vivimos a veces, una solapada guerra de intereses, centrada en la rapiña de la inmensa riqueza que posee nuestra nación; en otras ocasiones, la guerra es abierta y declarada; se libra sin tregua ni cartel, dejando el tradicional reguero de cadáveres, viudas, niños sin Dios ni Ley hasta que se encuentra la fórmula salvadora: repartir con democracia entre los dos bandos en conflicto el tesoro nacional.


De eso se trata, de distribuir milimétricamente entre las partes; faltar a este “acuerdo nacional”, provoca graves conflictos sociales, políticos y económicos. La historia del siglo XX y la que va corrida del presente, está llena de tremebundos ejemplos escrita con sangre de los diferentes sectores sociales del país, pero sobre todo de las clases populares, víctimas de estos desacuerdos.
La historia “nuestra,” es la historia por el control del gobierno a cualquier precio (todo vale), para en “lo fundamental”, echarle mano a los recursos públicos. La lucha se centra en poder disponer (¡y disfrutar al libre albedrío!) del presupuesto nacional el mayor tiempo posible.
En la década del setenta (siglo XX) Estaban perfiladas las dos tendencias ideológicas tradicionales en la conducción del estado colombiano; una liderada por el ex presidente Carlos Lleras Restrepo (1966-1970) y la otra por el ex presidente Julio Cesar Turbay Ayala (1978-1982).
Lleras Restrepo dedicó su enorme capacidad de trabajo, su vasta formación política administrativa y económica a orientar el país desde la revista Nueva Frontera. Surgió, -creo yo- un hombre que trabajó duro a su lado en esos empeños editoriales: Luis Carlos Galán Sarmiento y su visión renovadora de los ideales liberales para un país que reclamaba cambios urgentes, prontos y profundos en lo socio-económico, especialmente.
Julio Cesar Turbay Ayala fue creciendo bajo la sombra difusa y protectora de los nuevos industriales,  (los “señores industriales de la coca”, llegó a llamarlos el general Vega Uribe, ministro de la Defensa, por aquellos tiempos de la mejor marihuana de exportación del mundo)  y conformando un cuerpo élite a su alrededor (el joven abogado Alvaro Uribe Velez, fue nombrado en su gobierno, director de la Aeronáutica Civil). El Estatuto de seguridad (doctrina de la seguridad del estado), permitió –como de costumbre- toda suerte de abusos de poder. Hasta el novelista García Márquez tuvo que salir despavorido antes “que lo afrijolaran”, para decirlo en términos ecológicos olvidados –la amnesia voluntaria, es otra virtud colombiana-.
Ha llovido y pasado –gracias al paredón de los grupos ilegales y legales, seamos francos, mucha sangre de compatriotas inocentes unos, y culpables otros, bajo el puente de la insoportable realidad colombiana; acabamos de dejar una década entre bombazos, plomazos, gritos, insultos y pocos argumentos,  y sigue abierta la herida nacional de nuestras pasiones y desventuras. Hasta natura se conjura.
Y de pronto, (¿o incubado a paciencia y ciencia?) aparece el santo que nos haga el milagro de transformarnos en el país moderno, educado, creativo, productivo con participación real de todos, respetuoso del pensamiento ajeno, donde lo que vale de verdad es el: RESPETO A LA VIDA. ¡La vida es el mayor milagro! ¿Otros son posibles? ¡Averigüelo Juan Manuel, para eso tiene a Vargas y a su tocayo Juan pueblo!
           

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