Por:
Luis Fernando García N./Bogotá. Cuánta ironía y cuánta canallada encierra
echarle la culpa a los maestros, y cuánta demagogia el creer que un computador
y la conexión a internet son suficientes para educar.
Con
el avieso cinismo que caracteriza a los medios de comunicación colombianos, no
han pasado apenas unas horas de conocer las dramáticas cifras de las pruebas
Pisa, cuando ya ellos tienen los culpables en sus perversos y desmirriados
titulares: son los profesores. Como tratando de ocultar la verdad que todos,
hasta ellos mismos, conocen. La verdad está ahí, en la falta de una política
educativa seria y coherente, en haberle entregado a unas empresas particulares,
costosas y malintencionadas, lo que debería ser una función del Estado, con un
presupuesto realista y adecuado, destinado a educar a estos jóvenes que tienen
que soportar todos los años reformas y experimentos sin ningún norte, sin una
verdadera estrategia de formación integral, profunda y encaminada a formar
seres humanos capaces de enfrentar los retos más imperiosos de un mundo
avanzado y dispuesto a cambiar.
Veámoslo
desde una simple disposición del jefe de Estado. ¿Quiénes han sido los últimos
ministros de educación y cultura? ¿Cuál ha sido su papel en este campo? ¿Qué
competencias tienen estos funcionarios y cómo las podemos probar? ¿Cuál es el
presupuesto destinado a los ministerios de Educación y de Cultura? ¿Pasar de la
Cámarade Comercio de Bogotá al Ministerio de Educación Nacional es suficiente
garantía? Ninguna declaración de la ministra, ¡ninguna! De eso no habla ella.
Es que la entrega de computadores y la conexión a internet han sido las más
sabias políticas de los últimos años, y quizás las únicas, más unas
bibliotecas, sin libros o con libros que nadie lee porque no hay una política
de lectura. Ahí está la dimensión de la tragedia que nos duele y admira, de
estos años perdidos en los que ha crecido en forma desmesurada el ejército y
hemos gastado en armas y en gases lacrimógenos como ninguno otro en el
continente. Años perdidos con un desastre en la educación que está en los
peores niveles de la historia.
Así
que echarle la culpa a los profesores es la salida más fácil y la más horrenda.
Es criminal, por no decir otra cosa. Maestros con salarios de miseria, con
trabajo complicado, en situación de indefensión, marcados por el cinismo de
políticos y de los medios, sin más opción que la de esperar un salario que da
risa frente al de magistrados y políticos, entre ellos los ministros, los
senadores. Cuánta ironía y cuánta canallada encierra echarle la culpa a los
maestros, y cuánta demagogia el creer que un computador y la conexión a
internet son suficientes para educar a los millones de jóvenes que buscan otro
destino distinto al que les tocó soportar a sus padres y a sus educadores. De
contera más cupos para hacinar niños en salones y presentar las diabólicas
estadísticas que tanto sirven en las aburridas y mentirosas campañas
electorales. ¡Como esa del desempleo que solo se la creen unos ilusos y
automatizados economistas!
También,
claro está, algo de culpa recae en los maestros. La falta de una organización
sólida y transparente, democrática y dispuesta a enfrentar el reto de la
politiquería que embarga a muchos sindicalistas. Fecode y sus filiales
necesitan un vuelco. Necesita directivos con carácter y honestidad, dispuestos
a dar la pelea por el lado que debe darse, no a firmar acuerdos con quienes no
los van a cumplir, a dirigir el proceso educativo de la nación, a asumir desde
la pedagogía y la didáctica la verdadera pelea, no a conseguir un caudal de
votos para luego llegar al Senado ni a simplificar la construcción de
verdaderas políticas educativas, que solo los maestros, los expertos conocen.
Falta una organización de educadores dirigida por educadores, no por quienes
han entregado todos los movimientos y destruido la posibilidad de las luchas
populares que tanto necesitamos construir, que tanto requerimos.
Pero
eso no quiere decir que sean los profesores los culpables de esta debacle, de
esta atronadora y aplastante derrota ante el mundo. Que los peruanos hagan su
revolución, pero nosotros necesitamos hacer algo y hacerlo ya. ¿A quién le
corresponde esta tarea? No creo que sea al presidente, ni a los ministros, ni
al Senado. Nos toca a nosotros. Si tuviéramos funcionarios honrados y
dispuestos a servir al país ya habría renunciado la ministra y habría habido
una crisis nacional, pero no, esto no dejará de ser titulares y lamentos de
profesores y expertos. Y pare. Este es apenas un llamado para que pasemos del
asombro a una primera reacción, y esa reacción debe ser de los maestros, de
estudiantes, de expertos, de conocedores del tema. Casi que a espaldas de esas
autoridades, por lo menos sin su utilitario concurso.
Estoy
seguro que estas líneas poco dicen, a casi nadie le interesan, ni tendrán la
repercusión que demandan y la noticia será opacada por el paseo del presidente
a los Estados Unidos, y por sus sensibles declaraciones sobre un ovni. No
obstante, requerimos una serie de columnas y cartas para plantear la crisis,
para abordarla no desde la óptica de los medios y los políticos, sino de
nosotros, los que sabemos que esta es una tragedia y que la cercanía a las
elecciones la simplificarán y convertirán en un caballo de batalla sin la
debida importancia, por lo menos sin la importancia que tienen la seguridad y
el progreso de los poderosos.
No
faltarán vacuos y destemplados comentarios, mientras los colegios privados y
los dueños de las empresas de la educación pedirán, y les serán concedidas,
mayores alzas para educar a la juventud del país. Cuánta hipocresía y cuánto
cinismo. Y cuánta corrupción. ¿Cuál será el próximo descalabro nacional, además
del de la reelección? ¿Más policías para contener el caudal del descontento?
¿Más cárceles para encerrar a los miles de delincuentes que ellos mismos han
creado? Poderosos señores contesten estas preguntas, si el asombro por el país
los conmueve alguna vez.
Tomado de Libros& Letras
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