Tomado de El Colombiano/Medellín/Colombia/Por: Juan José García Posada.
No comparto la costumbre detestable de algunos profesores de reunirse para
rajar de los estudiantes, parecida a la de ciertas damas que disfrutan hablando
mal de sus colaboradoras domésticas. No es un secreto que los jóvenes fallan en
muchísimas competencias, entre ellas la lectura, pero nadie ha demostrado que
la aversión presunta a los libros sea incorregible.
Es suficiente con que un profesor estadinense como Richard Arum desconceptúe
a los estudiantes universitarios por su baja dedicación a la lectura y la
escritura y reclame exigencia mayor en los programas académicos, para que en
Colombia arrecie de nuevo la descalificación general y contundente a la nueva
generación y siga afirmándose el estereotipo falaz que les impone a los jóvenes
la marca de ignorantes.
Sin esfuerzo y disciplina es imposible alcanzar metas en la formación
profesional. A lo grande hay que llegar por lo difícil, sostenía Duns
Scoto, con el voluntarismo franciscano. La exigencia es necesaria. Pero
debe ser racional y persuasiva, si de lo que se trata es de convencer acerca de
las bondades y ventajas del hábito de la lectura.
Cuando en España trataron de imponer el Quijote en la secundaria, Ortega
y Gasset advirtió en un ensayo sapiente que la coacción radical podía malograr
los mejores objetivos pedagógicos, pero no rechazó, como tampoco lo ha
rechazado Savater, una justa y razonable metodología coactiva con proyectos de
buenos ciudadanos.
En la historia del pensamiento, pocos han sido tan severos con la
disposición intelectual de los jóvenes, como Aristóteles. Advertía sobre su
actitud prepotente (que no ha cambiado con los siglos), porque "están
seguros de saberlo todo". Sin embargo, invitaba a formarlos y educarlos en
la línea del justo medio, que vale también para insistir en el rigor paciente,
confiado y tolerante de los maestros.
Si muchos estudiantes universitarios fallan en lectura y escritura
(sobre todo en saberes técnicos y de ciencias puras), el problema se origina en
la casa y en el colegio. Papás que ni siquiera leen el periódico y maestros que
a duras penas han hojeado los libros que enlistan en los cánones
bibliográficos, son, en gran parte, responsables de esa deficiencia. La
patrocinan profesores perezosos e ignorantones, o demagogos, que no hacen
mínimas exigencias, alcahuetean el alejamiento de las bibliotecas y después son
los mismos que se quejan de sus alumnos.
Leer más no puede ser objetivo estadístico para elevar el puntaje en
diversos ránquines universitarios. Debe ser elemento esencial de la formación
integral. Hace falta metodología inteligente, sugestiva, que parta de la
inculcación del derecho al buen uso de la palabra como condición de la dignidad
y la autoestima. Pero, como decía un pensador, si los jóvenes no leen es porque
no les enseñamos a leer.
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