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La belleza como farsa

Por Iván Antonio Jurado Cortés
Por estos días la población colombiana fue  obligada a desprenderse de su cotidianidad y dolores populares para entrar en un sueño de hadas que nada tiene que ver con la belleza femenina- es uno de los sofismas distractores que mejor funciona en la mente popular.

"... maniquies celestiales, sumisas a un formato decadente..." Foto El Colombiano. Reinado nacional 2013.
Sendos cuerpos, vestuarios extravagantes dizque representando colores e insignias de cada región del país, con la diferencia que estas prendas pasan por costosas manos diseñadoras que cobran en oro cada puntada. Estas niñas que no tienen la culpa y muchas ni idea del malévolo andamiaje creado por la elite colombiana, más bien son víctimas, tienen la inmensa responsabilidad de servir de maniquíes celestiales, sumisas a un formato capitalista.

Ser reina de belleza en Colombia significa realizar cambios estructurales en el cuerpo de las interesadas, empezando por adecuar sus carnes y encajarlas geométricamente en medidas supeditadas a multinacionales de la cosmetología y farándula; igualmente, deben modificar su verdadera identidad con transformaciones estéticas contrarias a la natural belleza, modo de caminar, hablar, vestir, en fin; rechazando tajantemente el paradigma femenino concebido desde la perspectiva del capitalismo. 

Con el paso de los años, el supuesto reinado nacional de la belleza sagradamente efectuado en Cartagena de Indias, se ha convertido en una fuente efectiva de producir dinero, concentrar mafiosos de todas las calañas y de paso servir como cortina de humo para opacar la problemática del país- sin olvidar que esta iniciativa nació hace décadas como alternativa apaciguadora de la crisis política bipartidista de la burguesía colombiana de ese entonces, causante del actual conflicto armado que enfrenta el país del ‘Corazón de Jesús’.


El jugoso negocio de producir ‘reinas’ a punta de bisturí y silicona cada vez toma mayor fuerza, no solo por las seleccionadas a desfilar en pasarela sino por millones de mujeres, desesperadas en semejarse a esas endemoniadas y sexuales figuras del molde capitalista internacional, quienes desviven y obsesionan por acondicionar sus músculos sin importar el destino que puedan tener después del quirófano. Y es que el argumento no puede ser mejor: ‘hay que adelgazar, de lo contrario la salud está en riesgo’, invento maquiavélico que en los últimos años ha repotenciado la rentabilidad de la farmacéutica y cosmetología.

Niñas desde que tienen uso de razón idealizan su figura humana con efímeras y fantasmales mujeres resultado de sintéticos productos de la industria plástica; muchas obsesionadas truncan sus aspiraciones reales por estos dogmas paralizantes de la sensatez, auspiciadores del devorador apetito comercial de embusteros, explotadores de la susceptibilidad y esencia femenina.

Miles de millones de dólares se invierten y comercializan a raíz de esta seudo belleza, deleite de la oligarquía, narcotraficantes y políticos del país. Entran como mujeres normales y salen con las mentes trastornadas intentando vivir un mundo fantasioso, propio de millonarios y beldades faranduleras.

Es evidente el involuntario sometimiento de las féminas a un progresivo abuso psicológico, acolitado por los medios masivos de comunicación, cuyo propósito simplemente es el desmedido incremento de utilidades en favor de audaces empresarios del glamur.

El paradigma de la belleza sintética ha tomado tanta fuerza en nuestro país, convirtiéndose en requisito indiscutible para laborar en medios estatales y privados como la televisión, prensa y empresas de contacto directo con el público. Certámenes como el pasado ‘reinado de belleza’ en nada promulgan la cultura o delicadeza femenina, por el contrario, van lanza en ristre contra la personalidad y autoestima de la mujer, recordando que las medidas  perfectas 90-60-90 es la propuesta de los cirujanos plásticos, siendo afortunadas las de un aceptable nivel económico, que no pasa del 1% de las mujeres colombianas; las demás están obligadas al sometimiento mercantil y sacrificio moral-económico con el objeto de lograr este anhelado propósito.

En las últimas dos décadas, el impulso de las mujeres por conseguir el codiciado sueño de entrar al formato de los maniquís, es tan poderoso que no deparan el riesgo físico de perder hasta la propia vida. El deseo de la ‘belleza perfecta’ es una latente amenaza a la verdadera liberación social, cultural y económica de este género humano.


Prácticamente se han convertido en el ratón de laboratorio de los magnates capitalistas del mundo entero; un mejor mercado que este no podrían encontrar. Estos reinados son una farsa de la belleza.

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