Comenzando porque algunos han sido literalmente tomados por propietarios de viviendas, que incluso se dan el lujo de encerrarlos con cemento o cinz, obligando a los peatones a bajarse a la calle (en la Avenida del Ferrocarril se encuentran ejemplos).
Un sector importante de andenes, sobre todo en el centro de la ciudad, también fueron tomados por el comercio informal, y en ocasiones, hasta por propietarios de establecimientos que invaden este espacio, sin tener en cuenta para nada a los peatones (ejemplos en la zona rosa, después de las seis de la tarde).
Esta, nuestra ciudad-isla, está en las ruedas de los motociclistas que ocupan los andenes, a veces, como calles alternas cuando las vías sufren de insoportables trancones vehiculares.
Los desniveles de los andenes son trampas mortales. Ejemplo: en las mismas narices de la alcaldía municipal, cuyas calles aledañas son un magnífico surtido de andenes ejecutados a diferentes niveles.
Y qué decir de las fracturas, huecos, despedazamientos y protuberancias que son la geografía cotidiana de los andenes que pululan como enemigos públicos en el puerto?
Una visión de ciudad o por lo menos un proyecto de ciudad, nos parece debe contemplar al peatón como parte fundamental de la misma.
Estamos a tiempo de comenzar a racionalizar nuestra movilidad y de convertir a la Perla del Pacífico, en una ciudad turística donde los caminantes sean los privilegiados que no necesitan hacer camino al andar, por cuanto disponen de una red de andenes a la altura uniforme de una ciudad avanzada del Nuevo Mundo.
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