Sócrates y el buen ciudadano
Por: Carlos Gaviria Díaz
Por: Carlos Gaviria Díaz
En el diálogo Eutifrón, o de la piedad, Sócrates dialoga con un
sacerdote (Eutifrón), que ha declarado ser el más piadoso de los
atenienses y, desde luego, saber en qué consiste la piedad. Sócrates
le formula una pregunta que va a suscitar, siglos después, la
inacabada controversia escolástica: “¿Las cosas son buenas porque los
dioses las quieren, o los dioses las quieren porque son buenas?”.
Eutifrón está confundido, pero Sócrates pone término al diálogo con
estas palabras: “Debo ir a cumplir un compromiso con la justicia de la
ciudad”. Va a comparecer ante el Tribunal de los 500.
Sorprendido, Eutifrón le dice: “¿Y estás hablando de sutilezas en
lugar de preparar tu defensa?”. Y Sócrates replica: “Para eso me he
preparado toda la vida. Por eso no tengo ningún temor”. Aunque sabe,
él sí, que es inminente su condena. Y en la Apología hace lo que había
anunciado: cuenta su vida, sin una sola mancha.
Los jueces, que saben que condenan al mejor de los atenienses, le
ofrecen cambiar la muerte por una multa, pero él les dice: “Soy muy
pobre y no tengo con qué pagarla”. Le proponen entonces el destierro,
pero él se niega a aceptarlo: “¿Qué diría en la ciudad a donde fuere
cuando me preguntaren por qué siendo ateniense no vivo en Atenas? No
juzgaría digna esa vida”.
Desconcertados, le ofrecen que permanezca en Atenas, pero que no haga
preguntas impertinentes como las que suele hacer. Y Sócrates replica:
“Abstenerme de decir o preguntar lo que creo justo sería traicionar mi
conciencia”.
En Critón, o Del deber, Sócrates está preso a la espera de beber la
cicuta, pero Critón y otros de sus amigos van a la cárcel y le dicen:
“Eres libre de salir, hemos sobornado al carcelero”. Él arguye:
“Analicemos juntos, como siempre lo hacemos, qué es lo debido”. Las
leyes atenienses han permitido que sus padres se unan en matrimonio,
que lo engendren y lo eduquen, y él las ha aceptado con entusiasmo.
¿Ahora, cuando le son desfavorables, va a repudiarlas? Eso no es lo
que ha enseñado. En la cárcel se ha proclamado el más libre de los
atenienses, porque nadie ha podido subyugar su conciencia. En su celda
va a permanecer, esperando, gozoso, el momento de beber la cicuta.
En Laques, o De la valentía ha mostrado que esa virtud consiste en el
conocimiento de los peligros que deben afrontarse y de los que no
deben afrontarse para no incurrir en uno de dos vicios: temeridad o
cobardía.
Comparecer ante el Tribunal de los 500 lo pone en riesgo de morir,
pero ese riesgo es precisamente de aquellos que deben afrontarse. De
no hacerlo incurriría en el vicio vergonzoso de la cobardía. Por eso
lo afronta sin una sola duda.
Sócrates era un hombre sabio y valiente que conocía sus deberes con la
ciudad (uno de ellos atender el llamado de los jueces) y no rehusaba
su cumplimiento mediante artificios retóricos, que por principio
repudiaba, aptos apenas para engañar niños. Se había propuesto la
armonía de pensamiento, lenguaje y acción que es lo que se llama
integridad.
integridad.
Claro que ese temple moral del maestro por antonomasia, de Atenas y
del mundo, no es pensable siquiera en la mayoría de los humanos, casi
siempre de débil carácter y mente ofuscada, y menos todavía en algún
converso al despotismo.
Recuerdan que el señor Álvaro Uribe Vélez fue estudiante (que no alumno de) Carlos Gaviria en la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia. Algunos padres de familia les gustaría "reelegirlo" como profesor al Dr. Gaviria.
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